La clave de muchos reputados restaurantes no está solo en los ingredientes o el dominio de complejas técnicas, sino en el mimo de sus caldos y fondos. En casa, para enriquecer nuestros platos de cuchara, podemos usar diferentes métodos, aunque hay un truco en particular que llevo usando desde hace años y nunca me falla.
Es válido para prácticamente cualquier potaje, sopa o crema de verduras, transforma hasta el caldo más soso y añade profundidad y matices intensos a los más sustanciosos guisos. Lo mejor de todo es que consiste en algo tan fácil como añadir un ingrediente extra sin más, que además sirve como aprovechamiento en la cocina y reducir un poco más el desperdicio.
Y ese ingrediente secreto no es otro que la corteza apurada del queso parmesano, el Parmigiano Reggiano de verdad, con su sello DOP y buena curación, comprado en cuñas que rallamos en casa al momento. Nunca falta en mi nevera y merece la pena invertir en un ejemplar de calidad, que a veces alternamos con el Grana Padano, otro buen sustituto.
Como ya hemos comentado al ahondar en si la corteza del queso es comestible -depende-, la de estos quesos en particular no se suele comer tal cual, por su gran dureza, pero es una joya sabrosa que no querríamos desperdiciar. Así que, una vez bien apurada y sin que ya podamos rallar más queso, simplemente la guardamos en un recipiente hermético en la nevera hasta que ponemos una olla al fuego.
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Tampoco me complico mucho a la hora de usarla; en ocasiones echo la corteza cuando hago un sofrito previo o rehogo los ingredientes, y otras simplemente la echo al comienzo de la cocción con el caldo o agua. Lo ideal es que esté el mayor tiempo posible en la olla, para que se liberen lentamente sus sabores y también agregue pequeñas cantidades de grasa láctea que aún tiene.
Al ser el concentrado de un queso tan versátil, el plus que añade a los platos de cuchara siempre funciona, aportando umami e intensificando los propios sabores de los demás ingredientes. Sí, queda también delicioso en unas lentejas guisadas de toda la vida o la clásica sopa de pollo. Y marca la diferencia en la más humilde crema de verduras, por ejemplo una crema de calabaza.
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Solo hay que acordarse de retirar la corteza al finalizar la cocción, antes de servir y, obviamente llegado el caso, antes de triturar o batir. Con un trozo de corteza de una cuña normal ya mejoraremos notablemente cualquier receta de cuchara en cantidades normales domésticas. Es una manera fácil y de pura cocina de aprovechamiento para enriquecer y no simplemente cocer, como diría aquel anuncio.
Y si tenemos varias porciones de corteza guardadas, podemos emplearlas directamente para cocinar un fabuloso caldo de queso parmesano.
Lacor - 60305 - Rallador Cuatro Caras 23 cms.
Fotos | KamranAydinov/Freepik - Parmigiano Reggiano
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